De maldición a milagro: Hongo hallado en tumba de Tutankamón ahora es clave en la lucha contra el cáncer

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El hongo Aspergillus flavus produce aflatoxinas altamente tóxicas para el hígado humano y ha sido causa de muerte en algunos casos por intoxicación.

Durante décadas, el nombre Aspergillus flavus despertaba temor en arqueólogos e investigadores. Asociado con la misteriosa “maldición del faraón” tras la apertura de la tumba de Tutankamón en 1922, este hongo fue culpado por enfermedades respiratorias graves e incluso muertes entre los exploradores. Sin embargo, un giro científico reciente ha reescrito esta narrativa: hoy, ese mismo microorganismo es protagonista de una prometedora vía terapéutica para tratar ciertos tipos de cáncer, en especial la leucemia. Investigadores de la Universidad de Pensilvania han transformado este enemigo invisible en una potencial arma salvavidas.

El hongo maldito de las tumbas reales

Aspergillus flavus es una especie de hongo común que produce esporas y toxinas, como la aflatoxina, capaces de causar enfermedades respiratorias graves, sobre todo en personas inmunocomprometidas. Su presencia en lugares cerrados, húmedos y antiguos, como tumbas egipcias selladas por milenios, lo convirtió en el principal sospechoso detrás de la muerte de varios arqueólogos que participaron en la excavación de la tumba de Tutankamón.

El misterio se repitió años después en Polonia, cuando diez de doce científicos que ingresaron a la tumba del rey Casimiro IV murieron poco después. En ambos casos, el hongo fue identificado como un posible causante de infecciones pulmonares letales, intensificando su fama como un microorganismo letal y maldito.

Pero la ciencia, en lugar de temerle, ha decidido estudiar a fondo su biología y sus compuestos químicos. Y gracias a esa curiosidad, hoy A. flavus podría desempeñar un papel crucial en el desarrollo de fármacos contra la leucemia.

De toxina temida a medicina prometedora

El equipo de investigación, liderado por la profesora Sherry Gao y publicado en Nature Chemical Biology, ha logrado aislar y modificar compuestos naturales de A. flavus conocidos como RiPPs (péptidos sintetizados ribosomalmente y modificados postraduccionalmente). Estos compuestos, comunes en bacterias pero rara vez hallados en hongos, mostraron una capacidad notable para destruir células de leucemia.

Las moléculas extraídas fueron bautizadas como asperigimicinas, y algunas de ellas mostraron actividad antileucémica sin necesidad de modificación adicional. Una de las variantes fue potenciada con un lípido natural presente en la jalea real de las abejas, lo que mejoró significativamente su eficacia.

Curiosamente, estos compuestos mostraron un alto grado de especificidad: fueron efectivos contra células de leucemia, pero no causaron daño a células de cáncer de mama, hígado o pulmón. Esta especificidad es crucial, ya que podría permitir tratamientos menos tóxicos, una de las grandes limitaciones de las terapias actuales.

Un mecanismo celular que podría cambiarlo todo

La asperigimicina potenciada reveló más que un potencial terapéutico: ayudó a identificar un mecanismo biológico desconocido. Los investigadores hallaron que un gen llamado SLC46A3 facilita la entrada del compuesto al núcleo de las células mediante los lisosomas. En otras palabras, este gen actúa como una especie de “puerta molecular” que permite que el medicamento llegue a su objetivo dentro de la célula cancerosa.

Además, las asperigimicinas demostraron bloquear la formación de microtúbulos, estructuras esenciales para la división celular. Esta acción resulta especialmente útil contra la leucemia, una enfermedad caracterizada por la proliferación descontrolada de células en la sangre y la médula ósea.

Este mecanismo no solo ayuda a comprender cómo actúan las asperigimicinas, sino que podría aplicarse al desarrollo de otros medicamentos con estructuras y objetivos similares, ampliando así el horizonte terapéutico para diversas enfermedades oncológicas.

Un nuevo camino para los medicamentos fúngicos

Más allá del hito puntual, este descubrimiento representa un avance mayor en el campo de la bioprospección: la búsqueda de medicamentos en compuestos naturales. Así como la penicilina revolucionó la medicina al ser descubierta en un hongo (Penicillium notatum), las asperigimicinas podrían abrir una nueva era de tratamientos oncológicos derivados del reino fúngico.

Los investigadores ya han identificado secuencias genéticas similares en otras especies de hongos, lo que sugiere que hay un universo de compuestos aún sin explorar que podrían tener efectos farmacológicos útiles. “Apenas hemos arañado la superficie”, dice Qiuyue Nie, primera autora del estudio. Cada uno de estos compuestos puede tener propiedades únicas, esperando ser descubiertas y desarrolladas en futuros tratamientos.

El próximo paso será evaluar la eficacia y seguridad de las asperigimicinas en modelos animales. Si los resultados se mantienen positivos, no sería descabellado pensar en ensayos clínicos con humanos dentro de pocos años.

Reflexión final: del mito al futuro de la medicina

La historia del hongo “maldito” de la tumba de Tutankamón es un poderoso ejemplo de cómo la ciencia puede transformar leyendas en terapias. Lo que alguna vez fue símbolo de muerte y misterio ahora representa esperanza. Aspergillus flavus, lejos de ser solo una amenaza, podría ser clave en la lucha contra enfermedades mortales como la leucemia.

Este hallazgo no solo resalta el potencial oculto en los organismos más temidos o ignorados, sino también la importancia de seguir explorando la naturaleza en busca de respuestas. Así como los hongos nos dieron antibióticos, ahora podrían ser fuente de tratamientos oncológicos precisos y eficaces. Desde las tumbas egipcias hasta los laboratorios más avanzados del mundo, el conocimiento sigue siendo la mejor herramienta contra la enfermedad y el dolor humano.

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