Inmigración y salud mental: Un desafío invisible

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Dra. Malvaliz Santana-Carrasquillo, Secretaria en la Junta Directiva de la APPR.

Por: Dra. Malvaliz Santana-Carrasquillo

La migración cambia vidas. Puede abrir puertas, pero también traer grandes desafíos emocionales. Detrás de cada persona que deja su país hay una historia de incertidumbre, cambios y, en muchos casos, dificultades psicológicas que suelen pasar desapercibidas (American Psychological Association [APA], 2020). En un mundo donde los desplazamientos son cada vez más comunes (legales o ilegales), es clave hablar sobre el impacto de la inmigración en la salud mental y buscar formas de apoyo efectivas.

Migrar no es solo mudarse de un lugar a otro; es un proceso lleno de retos emocionales. El estrés y la ansiedad suelen estar presentes, ya sea por la incertidumbre del futuro, las barreras del idioma o la dificultad de adaptarse a una nueva cultura (Bhugra & Becker, 2005). Además, el duelo migratorio es una realidad poco discutida: la pérdida del hogar, la separación de la familia y la falta de estabilidad pueden generar sentimientos de tristeza y soledad (Achotegui, 2009).

Muchos inmigrantes también enfrentan experiencias traumáticas antes, durante o después de su desplazamiento. La violencia, la discriminación y las malas condiciones laborales pueden desencadenar depresión o trastorno de estrés postraumático, afectando su bienestar (Fazel et al.,2005). El problema es que muchas veces el acceso a servicios de salud mental es limitado por razones económicas, legales o culturales, dejando a muchas personas sin la ayuda que necesitan.

A pesar de los desafíos, hay factores que pueden hacer más llevadero el proceso migratorio. Las redes de apoyo social y comunitario juegan un papel clave en la adaptación (Berry, 1997). Organizaciones que ofrecen asesoría psicológica, programas de salud mental adaptados a distintas culturas y espacios de expresión pueden marcar una gran diferencia en la vida de los inmigrantes.

También es fundamental que los sistemas de salud adopten un enfoque más inclusivo. Esto implica capacitar a los profesionales en sensibilidad cultural, facilitar el acceso a terapia en el idioma del paciente y reducir el estigma sobre la salud mental dentro de las comunidades migrantes (Kirmayer et al., 2011).

Garantizar el bienestar de los inmigrantes no es solo un asunto de los profesionales de la salud mental; es una responsabilidad de toda la sociedad. Es necesario que los gobiernos implementen políticas públicas que protejan a la población migrante y aseguren su acceso a servicios de salud, educación y empleo. De lo contrario, el impacto de la migración en la salud mental seguirá creciendo, generando mayores costos sociales y perpetuando la marginación de esta población vulnerable (Silove et al., 2017).

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