Experta alerta sobre signos silenciosos de violencia contra la mujer y su impacto en la salud

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La Dra. Dra. Bárbara Barros Cartagena es psicóloga clínica e Investigadora en psicología de la salud de la mujer y psicología perinatal.

La Dra. Bárbara Barros Cartagena, psicóloga clínica y profesora investigadora en la Ponce Health Science University, ofreció un análisis profundo sobre los signos de violencia hacia la mujer que suelen pasar desapercibidos en entornos familiares y sociales, así como las acciones necesarias para abordar esta problemática desde la salud pública y la educación.

Aunque la violencia física es el tipo de maltrato más comúnmente asociado con la violencia de género, la Dra. Barros recalca la importancia de reconocer otras formas de abuso igualmente perjudiciales. Entre ellas se encuentran:

  • Violencia emocional y psicológica: Insultos, descalificaciones, menosprecio o humillaciones, tanto en privado como en público.
  • Dependencia económica: Control de los recursos financieros, obligando a las mujeres a pedir permiso para compras esenciales, limitando así su independencia.
  • Restricción de la libertad: Situaciones en las que la mujer necesita autorización para salir o tomar decisiones básicas.
  • Abuso sexual dentro de la pareja: La Dra. Barros subraya que incluso en una relación de pareja, el consentimiento mutuo es esencial. «Si una de las partes no consiente, el acto no debe llevarse a cabo», enfatizó. Este tipo de abuso suele justificarse bajo dinámicas de poder y control, perpetuando una falsa idea de propiedad sobre la mujer.

Señales de alerta en entornos clínicos

La Dra. Barros destacó el rol crucial de los profesionales de la salud para identificar posibles casos de violencia. Las señales incluyen:

  • Marcas visibles de lesiones.
  • Cambios en el estado de ánimo o resistencia a hablar sobre la dinámica de pareja.
  • Discursos que justifican actos violentos o revelan dependencia económica y emocional.
  • Comportamientos no verbales como temor evidente o retraimiento al estar cerca de la pareja.

«Es vital proveer un espacio seguro y de validación para que las víctimas puedan hablar. Sin embargo, debemos ser conscientes de que, aunque ofrezcamos apoyo, no siempre estarán listas para confiar», añadió.

El estrés causado por la violencia de género tiene un impacto emocional profundo, distinto al estrés cotidiano. «Las víctimas de violencia doméstica presentan un mayor riesgo de desarrollar ansiedad, depresión y estrés postraumático, producto de los eventos traumáticos vividos», explicó la experta.

La educación es clave para combatir la violencia de género. La Dra. Barros enfatizó la necesidad de incluir programas educativos desde edades tempranas, tanto en escuelas como en el hogar. «La educación con perspectiva de género es fundamental para promover la equidad y prevenir la violencia. No podemos esperar a que el problema alcance niveles críticos; debemos enfocarnos en la prevención primaria», subrayó.

Para atender adecuadamente estos casos, la formación de los profesionales de la salud debe incluir entrenamientos en identificación de señales de abuso y manejo de entrevistas sensibles. «Cada acción debe estar dirigida a garantizar la seguridad de la víctima, evitando exponerla a más riesgos», concluyó.

Violencia contra la mujer en Puerto Rico

En Puerto Rico, este problema no solo afecta a las víctimas directas y a sus familias, sino que también constituye una preocupación apremiante para la salud pública. Recientemente, el Instituto de Estadísticas de Puerto Rico y el Departamento de Justicia presentaron los hallazgos preliminares de un estudio piloto basado en la herramienta de Evaluación de Riesgo (“Danger Assessment”), recientemente implementada por los fiscales en la investigación criminal y solo durante el primer semestre de 2024, incluyó 2,021 casos.

Este primer informe reveló datos alarmantes que subrayan la urgencia de continuar fortaleciendo las estrategias de prevención y protección contra la violencia doméstica. En promedio, las víctimas puertorriqueñas tienen 36.3 años, siendo las mujeres entre 20 y 39 años el grupo más afectado (62.1%). Además, una de cada cuatro enfrentó niveles de peligrosidad de severo a extremo, exponiéndolas a un riesgo crítico de feminicidio.

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