Amor en el olvido: seis años cuidando a mi suegra con Alzheimer

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Ana Gratacós, PsyD - Co-coordinadora Comité de Adultos y Personas de Edad Avanzada de la Asociación de Psicología de Puerto Rico.

Autora: Ana Gratacós, PsyD -Co-coordinadora Comité de Adultos y Personas de Edad Avanzada  de la Asociación de Psicología de Puerto Rico

Durante seis años fui cuidadora parcial de mi suegra, una mujer que, poco a poco, fue perdiéndose en los laberintos del Alzheimer. Lo que comenzó como una ayuda ocasional se convirtió en una experiencia transformadora, dolorosa y profundamente humana. Acompañarla en su proceso fue un acto de amor, pero también un espejo que reflejó las luces y sombras de nuestra familia.

Mis hijos eran pequeños cuando su abuela comenzó a olvidar sus nombres. Al principio, no entendían por qué ella no los reconocía, por qué les preguntaba quiénes eran o por qué los miraba con una mezcla de ternura y desconcierto. Fue devastador ver cómo esa ausencia de reconocimiento afectaba su autoestima y su inocente deseo de conexión. Sin embargo, nunca dejaron de abrazarla, de cantarle, de compartir con ella como si el vínculo estuviera intacto. Y en cierto modo, lo estaba.

Compartir con ella era como entrar en un mundo sin traducción. Muchas veces no comprendía lo que decía, sus palabras eran fragmentos de recuerdos, emociones sin contexto. Aprendí a escuchar con el corazón, a responder con gestos, con caricias, con paciencia. Me convertí en intérprete de su silencio, en testigo de su lucha por aferrarse a lo que quedaba de sí misma.

Lo más doloroso no fue solo verla desaparecer poco a poco, sino notar que no todos en la familia estaban preparados para acompañarla en ese viaje. Las visitas escaseaban, las llamadas eran breves, y las responsabilidades recaían sobre unos pocos. Fue necesario contratar a una enfermera cuidadora que vivió con ella las 24 horas del día. Sin esa ayuda, habría sido imposible atender sus necesidades físicas, emocionales y médicas. Pero el cuidado no se mide solo en horas o tareas; se mide en presencia, en compromiso, en humanidad.

Mi esposo fue un pilar incansable. A pesar del dolor de que su madre no lo reconociera, nunca dejó de cuidarla con ternura. Mis hijos, aún sin ser recordados, la amaron hasta el final. Le cantaban, le traían flores, le hablaban como si ella pudiera responder con la claridad de antes. Y aunque sus respuestas eran confusas o inexistentes, el amor que le ofrecían era puro, sin condiciones.

Hoy, al mirar atrás, no siento solo tristeza. Siento gratitud por haber vivido esa etapa, por haber aprendido que el amor verdadero no depende de la memoria, sino de la entrega. Cuidar a alguien con Alzheimer es navegar en aguas inciertas, pero también es descubrir que, incluso en el olvido, hay espacio para la conexión, para la dignidad, para el amor.

Este artículo es un homenaje a ella, a quienes la cuidamos, y a todas las familias que enfrentan el Alzheimer con valentía. Porque aunque la memoria se desvanezca, el amor permanece.

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