Laurene Agnew, de 35 años, vivió más de dos décadas con un diagnóstico equivocado. Sus dolores eran minimizados, sus síntomas ignorados y sus órganos fueron retirados uno a uno como consecuencia de una endometriosis severa que pudo haberse tratado a tiempo.
Por más de veinte años, Laurene Agnew escuchó lo mismo cada vez que iba al médico: “no tienes nada malo”. Desde su adolescencia, su cuerpo le enviaba señales de alerta. Dolores intensos, sangrados inusuales y malestares persistentes que fueron atribuidos una y otra vez a síntomas premenstruales o a su peso corporal.
Hoy, a sus 35 años, le han sido extirpados el útero, las trompas de Falopio, el cuello uterino, el apéndice y parte de su intestino, todo como resultado de una endometriosis en etapa avanzada que fue ignorada durante más de una década.
“Y, para ser sincera, el doctor me rechazó la mayor parte, ya que en ese momento yo era más corpulenta”, contó Laurene en una reciente entrevista. No fue la única vez que la culpabilizaron por su cuerpo o sus hábitos: “Era porque era demasiado grande. Era porque tenía un umbral de dolor bajo. Era porque no comía sano. Siempre había una razón”, recuerda.
La primera intervención médica seria ocurrió cuando tenía apenas 16 años: una laparoscopía exploratoria que no arrojó resultados concluyentes. El especialista descartó cualquier preocupación. Pero los síntomas no desaparecieron. Fue recién a los 22 años, con el apoyo de su esposo Chris, que Laurene comenzó a registrar sistemáticamente cada dolor, cada irregularidad, cada síntoma. Aun así, fue ignorada.
El cambio llegó cuando Laurene reportó sangrado durante las relaciones sexuales. Por primera vez, sus quejas fueron tomadas en serio. Un médico decidió intervenir quirúrgicamente y, aunque esperaba encontrar sólo una endometriosis leve, el panorama era devastador: todos los órganos reproductivos de Laurene estaban comprometidos por una endometriosis en etapa cuatro.
La enfermedad no solo ha deteriorado su salud, también ha impactado todos los aspectos de su vida. “Renunciamos a nuestra boda, a la luna de miel, a años de ahorros”, contó Laurene. Desde hace más de una década, ella y Chris no toman vacaciones. Cada recurso ha sido destinado a cirugías, tratamientos y consultas médicas. El desgaste físico se ha sumado al emocional y al financiero.
La historia de Laurene Agnew evidencia una problemática común en los sistemas de salud de muchos países: el diagnóstico tardío de enfermedades que afectan principalmente a mujeres, como la endometriosis. Su caso es un llamado urgente a escuchar a las pacientes, tomar en serio sus síntomas y actuar con celeridad.
Laurene perdió cinco órganos, pero no su voz. Hoy la usa para exigir lo que durante años le negaron: atención, respeto y un diagnóstico a tiempo.
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