La obesidad es mucho más que un simple factor de riesgo cardiovascular; es una enfermedad crónica que afecta profundamente la salud general del cuerpo y aumenta considerablemente el riesgo de desarrollar enfermedades cardiovasculares y otras patologías asociadas.
El Dr. Óscar Mauricio Hernández, médico internista y cardiólogo, abordó este tema con énfasis en la conexión directa entre la obesidad y las enfermedades cardiometabólicas, destacando que no existe una línea clara entre la obesidad como factor de riesgo y como enfermedad crónica, ya que ambas realidades van de la mano.
En su análisis, el Dr. Hernández explica que la obesidad por sí sola aumenta el riesgo cardiovascular debido a las múltiples comorbilidades asociadas a esta condición. «Cuando una persona tiene obesidad, es común que también tenga problemas como diabetes, hipertensión, colesterol elevado y triglicéridos altos. Todo esto forma parte del síndrome metabólico, que agrupa estas condiciones que, en conjunto, incrementan significativamente el riesgo de enfermedades cardiovasculares», señaló el especialista.
El Dr. Hernández comparó el funcionamiento del cuerpo humano con el de un vehículo diseñado para transportar un peso determinado. «Imaginen que una moto diseñada para llevar solo dos personas empieza a cargar 200 o 300 kilos adicionales. Con el tiempo, las partes del motor, las ruedas y todo el sistema mecánico de la moto se dañarán por el esfuerzo extra», explicó. De manera similar, el cuerpo humano está genéticamente programado para mantener un peso equilibrado, pero cuando el peso excede lo saludable, se sobrecarga el corazón, los riñones, los pulmones y otros órganos vitales.
En términos cardiovasculares, el Dr. Hernández aclaró que un corazón que tiene que bombear sangre a través de un cuerpo con exceso de peso trabaja mucho más, lo que provoca un mayor desgaste de sus células. «Cuando una persona obesa pesa 110 kilos frente a otra que pesa 60 kilos, el esfuerzo del corazón es mucho mayor. Esto también afecta a los pulmones, que deben trabajar más para suministrar oxígeno», indicó. Esta sobrecarga orgánica acelera el envejecimiento prematuro de las células y puede hacer que una persona de 40 o 50 años tenga el desgaste de una de 70.
Un aspecto clave que el Dr. Hernández subrayó es la relación entre la obesidad y la inflamación crónica de bajo grado. Este proceso inflamatorio silencioso, aunque menos visible, tiene un impacto significativo en el riesgo cardiovascular, especialmente a nivel del endotelio, la capa interna que recubre las arterias. «La obesidad, la hipertensión, el sedentarismo y el tabaquismo son factores que inducen un estado proinflamatorio en el organismo. Esta inflamación afecta directamente el endotelio, lo que facilita la formación de aterosclerosis», explicó.
La aterosclerosis es el depósito de grasa dentro de las arterias, que con el tiempo las va estrechando, reduciendo el flujo sanguíneo y, en consecuencia, el suministro de oxígeno y nutrientes esenciales para los órganos. En el caso de pacientes con enfermedades inflamatorias crónicas, como artritis o lupus, este proceso inflamatorio se acelera. «En estos pacientes, la aterosclerosis progresa más rápidamente, lo que aumenta el riesgo de sufrir eventos graves como infartos cardíacos o accidentes cerebrovasculares», dijo el Dr. Hernández.
El tratamiento de la obesidad y su impacto en el riesgo cardiovascular no se limita a los medicamentos. El Dr. Hernández enfatizó que, aunque existen fármacos como los GLP-1 (ej. Semaglutide) que han demostrado ser efectivos en el control del peso y la reducción del riesgo cardiovascular, estos son solo una parte del enfoque terapéutico. «Los medicamentos son solo un tercio del tratamiento. La base de la lucha contra la obesidad está en la dieta y el ejercicio. De hecho, estos factores tienen un impacto mucho mayor en el bienestar del paciente que los medicamentos», comentó.
Los GLP-1 son fármacos aprobados principalmente para pacientes diabéticos, ya que han mostrado ser efectivos para bajar de peso y disminuir el riesgo cardiovascular en este grupo. Sin embargo, el Dr. Hernández destacó que su uso está recomendado para personas obesas que además padecen diabetes, ya que la combinación de ambas condiciones aumenta considerablemente los riesgos para la salud cardiovascular.
Finalmente, el Dr. Hernández discutió la aplicabilidad del Índice de Masa Corporal (IMC) en la actualidad como herramienta para medir la obesidad y su relación con la salud cardiovascular. Aunque el IMC sigue siendo una medida básica y útil para la mayoría de los pacientes, el Dr. Hernández reconoció que no siempre es adecuado, especialmente en personas con una masa muscular elevada debido a la práctica de ejercicio. En estos casos, el IMC puede dar una falsa impresión de sobrepeso o obesidad.
Para estos pacientes, el Dr. Hernández recomendó realizar estudios adicionales como la impedanciometría, que mide con mayor precisión la composición corporal, incluyendo los porcentajes de grasa, músculo y agua. Sin embargo, para la mayoría de las personas, el IMC sigue siendo una herramienta válida y útil para clasificar a los pacientes según su peso en relación con su altura y determinar si presentan sobrepeso u obesidad.
El Dr. Hernández concluyó que la obesidad debe ser manejada como una enfermedad crónica que afecta diversos aspectos de la salud, especialmente el sistema cardiovascular. Su tratamiento requiere un enfoque integral que incluya cambios en el estilo de vida, como una dieta adecuada y ejercicio regular, junto con el uso de medicamentos cuando sea necesario. La clave está en actuar a tiempo para prevenir la progresión de las enfermedades asociadas y mejorar la calidad de vida de los pacientes.
Con un diagnóstico adecuado, una intervención temprana y un manejo constante, es posible controlar la obesidad y reducir significativamente el riesgo de enfermedades graves como infartos, accidentes cerebrovasculares y otras complicaciones metabólicas.