Desde el intestino hasta las arterias: Microbiota tiene molécula clave para causar aterosclerosis

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Las placas de aterosclerosis pueden comenzar a formarse desde la infancia, incluso en niños de tan solo 10 años, si están expuestos a factores de riesgo como obesidad, dieta alta en grasas o sedentarismo.

Las enfermedades cardiovasculares son, todavía hoy, la causa número uno de muerte en el mundo. De manera silenciosa, pero progresiva, muchas de estas afecciones se originan en un proceso llamado aterosclerosis. Esta enfermedad consiste en el endurecimiento y estrechamiento de las arterias debido a la acumulación de grasa, colesterol y células inflamatorias en sus paredes. El problema es que, aunque conocemos sus causas más comunes —colesterol alto, presión arterial elevada, tabaquismo, diabetes y obesidad—, muchas veces la enfermedad avanza sin generar síntomas, lo que dificulta su detección temprana.

¿Qué tienen que ver nuestras bacterias intestinales con el riesgo de sufrir un infarto?

Pero un estudio reciente liderado por el Centro Nacional de Investigaciones Cardiovasculares (CNIC) en España ha revelado un hallazgo prometedor: una molécula producida por bacterias intestinales podría servir como una alarma temprana de la enfermedad. Se trata del propionato de imidazol (ImP), un compuesto que no solo aparece en la sangre de personas con aterosclerosis activa, sino que también parece causarla directamente.

Este avance, publicado en la prestigiosa revista Nature en julio de 2025, abre la puerta a nuevas formas de diagnóstico y tratamiento más precisos y personalizados.

Entendiendo la aterosclerosis: más que un simple “tapón” en las arterias

Antes de explorar este descubrimiento, vale la pena entender qué sucede en la aterosclerosis. Las arterias son vasos sanguíneos que transportan sangre rica en oxígeno desde el corazón hacia todo el cuerpo. En una persona sana, sus paredes son elásticas y limpias. Sin embargo, con el tiempo y la presencia de factores de riesgo (como colesterol LDL elevado, hipertensión o tabaquismo), estas paredes se vuelven más gruesas y rígidas, acumulando depósitos de grasa, calcio y células inflamatorias: las llamadas placas ateroscleróticas.

Estas placas estrechan las arterias y dificultan el paso de la sangre. Si una de estas placas se rompe, puede desencadenarse la formación de un coágulo, obstruyendo completamente la arteria y provocando un infarto de miocardio o un accidente cerebrovascular.

Hasta ahora, diagnosticar la aterosclerosis en fases tempranas requería técnicas de imagen especializadas como tomografías por emisión de positrones (PET), resonancia magnética o angiografías, procedimientos costosos, a menudo invasivos y no siempre disponibles para todos los pacientes. Por eso, hallar una señal de alerta en sangre, como lo sería el ImP, representa un gran avance.

La microbiota intestinal: un nuevo actor en la salud cardiovascular

En los últimos años, el papel de la microbiota intestinal —es decir, el conjunto de bacterias que habitan nuestro intestino— ha cobrado una relevancia inesperada. Más allá de facilitar la digestión, sabemos que estas bacterias influyen en el sistema inmune, el metabolismo, la salud mental y ahora, también, en el sistema cardiovascular.

El propionato de imidazol (ImP) es un metabolito, es decir, un subproducto de los procesos químicos que ocurren en el cuerpo. En este caso, es generado exclusivamente por ciertas bacterias intestinales cuando metabolizan aminoácidos presentes en la dieta. Lo interesante es que esta sustancia puede pasar del intestino a la sangre, y desde allí, actuar en otras partes del organismo.

En el estudio del CNIC, se observó que las personas aparentemente sanas, pero con niveles elevados de ImP en sangre, ya mostraban signos de aterosclerosis activa en etapas iniciales, incluso sin síntomas. Esto sugiere que el ImP podría ser un marcador silencioso de riesgo cardiovascular, incluso antes de que los médicos detecten problemas mediante los métodos tradicionales.

¿Un simple análisis de sangre para detectar la aterosclerosis?

Uno de los aspectos más valiosos de este hallazgo es la posibilidad de utilizar la medición del ImP como prueba diagnóstica. A diferencia de las técnicas de imagen, un análisis de sangre es mucho más accesible, económico y rápido. La investigadora Annalaura Mastrangelo, autora principal del estudio, explica que esto permitiría identificar a personas con enfermedad cardiovascular en estado subclínico —es decir, cuando aún no presentan síntomas— y ofrecerles tratamiento preventivo de forma oportuna.

Además, los resultados obtenidos en modelos animales revelaron algo aún más sorprendente: al administrar ImP directamente a ratones, se aceleraba el desarrollo de placas en sus arterias. Es decir, no solo se trata de un marcador, sino de un agente causal activo en la progresión de la enfermedad.

Más allá del colesterol: un nuevo blanco terapéutico

Tradicionalmente, el tratamiento de la aterosclerosis se ha centrado en reducir el colesterol LDL (el llamado «colesterol malo») mediante dieta, ejercicio y fármacos como las estatinas. Pero con estos nuevos descubrimientos, el panorama podría cambiar. Según el doctor David Sancho, líder del laboratorio de Inmunobiología del CNIC y uno de los directores del estudio, el ImP actúa a través de un receptor celular llamado I1R. Al bloquear este receptor, los científicos lograron reducir la formación de placas en los ratones, incluso en presencia de colesterol elevado.

Esto abre la posibilidad de desarrollar fármacos que no solo bajen el colesterol, sino que también actúen sobre la vía del ImP, ofreciendo un enfoque combinado y más efectivo para prevenir infartos y otras complicaciones cardiovasculares.

En palabras del Dr. Sancho: “En lugar de concentrarnos únicamente en los factores clásicos, podemos comenzar a mirar también la huella de la microbiota como una clave del riesgo cardiovascular. Esto representa un paso hacia la medicina personalizada y la prevención de la enfermedad antes de que sea clínicamente evidente”.

¿Qué viene ahora? Implicaciones para el futuro de la medicina cardiovascular

Este hallazgo tiene implicaciones médicas muy relevantes:

  • Diagnóstico temprano: permitiría identificar a pacientes en riesgo antes de que sufran un evento cardiovascular, lo que mejora el pronóstico y reduce los costos en salud pública.
  • Tratamiento personalizado: podrían diseñarse fármacos específicos que modulen la acción del ImP o de su receptor, en combinación con terapias tradicionales.
  • Prevención desde la microbiota: podría abrirse la puerta a intervenciones sobre la flora intestinal —con prebióticos, probióticos o dieta— para reducir la producción de ImP.

Aunque aún se necesita investigación adicional para validar estas aplicaciones en humanos a gran escala, el camino ya está trazado. La ciencia ha demostrado que nuestras bacterias intestinales no solo nos ayudan a digerir los alimentos, sino que también pueden influir profundamente en nuestra salud cardiovascular.

El intestino, un órgano que también habla del corazón

Este avance confirma una tendencia creciente en la medicina: los órganos no actúan de forma aislada, y la salud es un equilibrio dinámico entre sistemas que se comunican constantemente. La idea de que una molécula producida por bacterias intestinales pueda predecir —e incluso causar— el endurecimiento de nuestras arterias nos obliga a repensar cómo entendemos la enfermedad.

Así como en su momento se descubrió el colesterol como factor clave en las enfermedades cardíacas, ahora podríamos estar presenciando el nacimiento de una nueva era, donde los microorganismos que habitan en nuestro interior sean tan importantes como nuestros genes o nuestra dieta para determinar nuestra salud cardiovascular.

Porque a veces, para cuidar el corazón, hay que empezar por escuchar al intestino.

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