El Dr. Alexis Cruz Chacón, Director del programa de trasplante de médula ósea en el Hospital Auxilio Mutuo, nos llevó a través de un detallado viaje sobre cómo fue el proceso de trasplante de médula ósea, un tratamiento fundamental para pacientes con mieloma múltiple y otras enfermedades hematológicas.
En este exclusivo recorrido, el experto desglosó cada etapa y los pasos involucrados para garantizar el éxito y bienestar del paciente, durante su conferencia en exclusiva para PHL en un evento del Hospital Auxilio Mutuo.
De acuerdo con el especialista, el proceso comenzó con una evaluación minuciosa. El equipo médico analizó la enfermedad del paciente, determinó si era candidato para trasplante y respondió cualquier duda del paciente. El Dr. Cruz Chacón explicó que todos los pacientes con mieloma, hasta que se consultó con un especialista en trasplantes, fueron considerados para un trasplante de médula ósea autólogo, un tipo de trasplante que utiliza las células madre del propio paciente. Sin embargo, la decisión final no debía ser tomada solo por el oncólogo primario, sino en combinación con un especialista en trasplante.
El hematólogo oncólogo destacó la importancia de enviar al paciente a evaluación para trasplante desde el momento del diagnóstico. «A veces nos toma hasta dos meses conseguir la aprobación del plan médico», explicó. Si el oncólogo esperaba a que terminara el tratamiento antes de enviarlo, se corría el riesgo de atrasar el trasplante o perder la ventana terapéutica, lo que podría hacer que la enfermedad se reactivara.
Recalcó que mientras se coordinaba la aprobación del tratamiento, el paciente continuaba recibiendo cuidados con su oncólogo primario. La colaboración entre ambos médicos, oncólogo y especialista en trasplante, fue esencial para asegurar que el paciente recibiera el tratamiento necesario antes de proceder al trasplante. Además, se realizaron evaluaciones de los órganos vitales del paciente, ya que el tratamiento para mieloma múltiple involucraba quimioterapia de alta intensidad, lo cual podía afectar órganos como los riñones, el hígado, el corazón y los pulmones. Para garantizar que el trasplante se realizara con el menor riesgo posible, se llevaron a cabo una serie de pruebas. «Es como cuando te haces un examen preoperatorio antes de una cirugía de alto riesgo», comparó el Dr. Cruz Chacón.
Entre las pruebas que se realizaron estuvieron análisis de sangre y orina, biopsia de médula ósea y un PET-CT. También se hicieron estudios para verificar que los órganos vitales del paciente estaban en buenas condiciones, como ecocardiogramas y análisis de función renal. Además, fue crucial que el paciente no tuviera infecciones activas. Para eso, se le realizaron pruebas de VIH, hepatitis B y C, y otras infecciones virales y bacterianas.
Una parte del proceso fue enviar al paciente al dentista para asegurarse de que no hubiera infecciones dentales que pudieran complicar el trasplante. “Una muela infectada puede convertirse en un problema serio durante el trasplante si no se maneja previamente», señaló el Dr. Cruz Chacón.
Una vez que el paciente estuvo listo, el siguiente paso fue la movilización de las células madre. En el pasado, las células madre se extraían directamente de la médula ósea mediante una biopsia invasiva. Sin embargo, hoy en día, el proceso había avanzado y ahora se utilizan medicamentos como el Neupogen o filgastrim para estimular la médula ósea a producir más células madre, que luego se movilizan a la sangre. Esto se logró a través de un procedimiento conocido como aféresis, que utilizó una máquina para separar las células madre de la sangre.
Durante el proceso de aféresis, se extrajo un volumen de sangre del paciente, que luego fue centrifugado para separar sus componentes. La máquina de aféresis recogió las células madre que se encontraban en una capa específica de la sangre llamada «buffy coat», la cual es la zona donde se agrupan las células madre. Este proceso duró entre uno y dos días, y se buscó obtener un mínimo de dos millones de células madre para asegurar que el trasplante fuera exitoso.
Un paso crucial para el procedimiento fue la colocación de un catéter central venoso, que se instaló mediante un procedimiento realizado por un radiólogo intervencional. Este catéter fue fundamental porque permitió la extracción de sangre del paciente para el proceso de aféresis, y posteriormente, la reinfusión de las células madre y la administración de quimioterapia. Este catéter se mantuvo en su lugar durante uno o dos semanas, lo que facilitó todo el proceso del trasplante, incluyendo la toma de muestras diarias.
El Dr. Cruz Chacón aclaró que, aunque todos los pacientes con mieloma fueron candidatos a trasplante, no todos fueron aptos. Pacientes de edad avanzada, o aquellos con condiciones como insuficiencia renal o enfermedades cardíacas, no serían los candidatos ideales para un trasplante. «La edad no es un impedimento, hemos realizado trasplantes exitosos en pacientes mayores de 70 años», aseguró. Lo que realmente importaba era la condición física general del paciente, su estado de salud crónico, y la función de sus órganos vitales.
Fue fundamental que el paciente estuviera en la mejor forma posible antes del trasplante, ya que su sistema inmunológico fue deprimido durante tres a seis meses después del procedimiento. Durante este tiempo, el paciente fue vulnerable a infecciones, por lo que fue crucial asegurar que no hubiera infecciones latentes antes de proceder con el trasplante. Las infecciones no tratadas pudieron haber empeorado una vez que el sistema inmunológico se debilitara.
El Dr. Cruz Chacón concluyó subrayando que el trasplante de médula ósea fue un proceso complejo y multidisciplinario que involucró la colaboración de muchos especialistas para garantizar el mejor resultado posible. “Cada paso, desde la evaluación inicial hasta la movilización de las células madre, fue vital para asegurar que el trasplante se realizara de forma exitosa y con la menor cantidad de complicaciones posibles para el paciente», finalizó.
Este exhaustivo proceso, respaldado por un equipo de expertos, fue la clave para el tratamiento y recuperación de los pacientes que enfrentaron enfermedades hematológicas graves como el mieloma múltiple, brindando esperanza y una mejor calidad de vida a quienes lo necesitaron.
Según el Dr. Cruz Chacón, el proceso inicial de recolección de células madre fue una de las etapas clave en el trasplante. Durante este proceso, los pacientes estuvieron conectados a la máquina durante un período de entre 4 a 6 horas, mientras se extraían las células madre. “Una vez terminamos la colección, contamos cuántas células madre había en la bolsita. Si teníamos más de 2 millones, concluíamos la colecta; si no, al siguiente día tuvimos una segunda oportunidad de recolección”, explicó el experto.
Una vez recolectadas, las células madre no pudieron ser utilizadas inmediatamente. “Para un trasplante autólogo, tuvimos que hacer cultivos y pruebas de esterilidad, lo que tardó alrededor de dos semanas. Es por eso que conservamos las células en refrigeración o congelación especial para preservar su calidad”, señaló el Dr. Cruz. Las células se congelaron con un preservante para evitar daños durante el proceso y se descongelaron antes de ser administradas al paciente.
Después de la recolección, el paciente descansó entre una y dos semanas para permitir que la médula ósea se recuperara a su estado natural. “Usamos un medicamento para activar la médula ósea y permitir que la quimioterapia fuera más efectiva. Debimos esperar entre 7 a 10 días para que la médula ósea regresara a su estado habitual”, explicó el Dr. Cruz.
El proceso de trasplante comenzó con la infusión de células madre, un procedimiento sencillo que no requirió cirugía. “La infusión se realizó a través de un catéter, y tardó entre 15 a 20 minutos. Se pudieron administrar de 4 a 8 bolsitas de células madre, dependiendo del paciente”, detalló el Dr. Cruz. Los pacientes permanecieron tranquilos en la habitación durante este proceso, bajo monitoreo constante de los enfermeros.
Después del trasplante, los pacientes atravesaron una fase crítica entre los días 5 y 7, conocidos como el nadir, cuando sus conteos sanguíneos estuvieron más bajos debido a los efectos de la quimioterapia. Durante este tiempo, fue fundamental monitorear al paciente por posibles infecciones y complicaciones. “El objetivo fue que el paciente recibiera sangre y plaquetas para mantener sus conteos lo más estables posible. Además, prevenimos infecciones con antibióticos”, señaló el Dr. Cruz.