Un cambio estructural en los Institutos Nacionales de Salud (NIH), el mayor financiador de investigaciones biomédicas del mundo, está generando preocupación en la comunidad científica de Estados Unidos. Una orden ejecutiva firmada el 7 de agosto por el presidente Donald Trump establece que serán los funcionarios políticos designados —y no los científicos— quienes tendrán la última palabra sobre la asignación de fondos para investigaciones.
La medida, detallada en un memorando interno del director del NIH, Jay Bhattacharya, plantea que las prioridades políticas pueden imponerse sobre el histórico sistema de revisión por pares, un mecanismo que por más de ocho décadas ha sido la base de la financiación federal para la ciencia.
“Si se ignora la revisión por pares, la persona designada políticamente tiene la última palabra”, advirtió Jenna Norton, funcionaria del Instituto Nacional de Diabetes y Enfermedades Digestivas y Renales, quien considera que la nueva política abre la puerta a la politización de la investigación científica.
La revisión por pares, en riesgo
Desde 1946, los NIH han distribuido fondos en función de criterios de mérito, innovación e impacto social de los proyectos, evaluados por cientos de científicos externos en paneles especializados. Este sistema otorga financiamiento a propuestas que alcanzan los puntajes más altos tras un riguroso escrutinio.
La orden ejecutiva de Trump convierte esas evaluaciones en consultivas y otorga a los funcionarios la capacidad de cancelar subvenciones que no “se alineen” con las prioridades políticas de la agencia.
De acuerdo con testimonios recogidos por KFF Health News, varios programas ya han sido sometidos a un filtro político y lingüístico, en el que palabras como “equidad en salud” o “cambio climático” son señaladas como riesgosas, provocando retrasos, cancelaciones y autocensura entre investigadores.
Un giro en la cultura del NIH
Aunque históricamente las prioridades institucionales han influido en el financiamiento, esas decisiones recaían principalmente en científicos de carrera. La sustitución de este liderazgo por funcionarios designados políticamente —algunos sin trayectoria científica— ha elevado las tensiones internas.
“Es una muerte por mil cortes de papel”, dijo Elizabeth Ginexi, funcionaria del NIH durante 22 años que se retiró anticipadamente en abril. Según ella, cada capa de burocracia añadida busca “arrebatarle el control de las decisiones sobre subvenciones a los científicos de carrera”.
El ambiente dentro de la agencia es descrito como “morboso” por empleados, quienes señalan que muchas solicitudes con puntajes sobresalientes han quedado sin financiamiento por razones poco claras.
Reacciones divididas
La portavoz del NIH, Amanda Fine, defendió la medida asegurando que el nuevo esquema “garantizará decisiones de financiación coherentes, transparentes y estratégicas, alineadas con la misión de la agencia y el interés público”.
Sin embargo, exdirectores como Harold Varmus —quien encabezó el NIH en la administración Clinton— ven con alarma el alcance de los cambios: “Lo inquietante es lo que podría significar en el contexto de la actual administración”.
Con un presupuesto anual de 48 mil millones de dólares, los NIH financian a universidades, hospitales y centros de investigación de todo el mundo. Aproximadamente el 80% de esos recursos se destina a subvenciones externas.
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