Durante siglos, la teoría de los cuatro humores dominó el pensamiento médico en Europa. Nacida en la antigua Grecia con Hipócrates (460 a.C. – 377 a.C.) y perfeccionada por Galeno (130 – 216), esta visión del cuerpo humano sostuvo que la salud dependía del equilibrio entre cuatro líquidos o “humores”: sangre, bilis amarilla, bilis negra y flema.
Aunque superada por la medicina moderna, esta teoría influyó profundamente en la medicina occidental hasta bien entrado el siglo XVII, y todavía persiste en algunas culturas, como en zonas rurales de la India.
Según esta perspectiva, cada humor estaba vinculado a uno de los cuatro elementos clásicos (fuego, aire, agua y tierra) y tenía cualidades propias: caliente, frío, húmedo o seco.
La salud física y mental dependía del equilibrio perfecto entre estos líquidos, y un exceso o déficit de cualquiera de ellos podía producir enfermedades del cuerpo o del espíritu. Como se describe en los antiguos tratados, incluso la personalidad de cada persona se explicaba por el predominio de uno u otro humor.
La escuela peripatética, fundada por Aristóteles y continuada por discípulos como Teofrasto, vinculó estos humores con los temperamentos humanos. Así surgieron los cuatro temperamentos clásicos, una clasificación que pervive hasta hoy en múltiples discursos psicológicos, pedagógicos e incluso populares:
- Flemático: reflexivo, tranquilo, justo, poco comprometido, simpático y amante del confort.
- Melancólico: introspectivo, inestable, ansioso, amante de la soledad y propenso a la distracción.
- Sanguíneo: alegre, enérgico, confiable, apasionado y optimista.
- Colérico: ambicioso, decidido, extrovertido, exigente y rápido en actuar.
Durante el neoclasicismo europeo, la teoría de los humores aún inspiraba prácticas médicas como las sangrías o la aplicación de calor extremo, empleadas para «corregir» excesos de sangre o bilis. Sin embargo, muchas personas creían que los humores eran infinitos, y perder demasiados líquidos podía conducir a la muerte, lo que refleja la seriedad con la que se vivía esta visión del cuerpo.
Una teoría con rastros en la escritura
La influencia del humorismo no se limitó a la medicina. En el siglo XIX, el médico francés Periot relacionó los temperamentos con la grafología, es decir, con la manera de escribir. Aunque su teoría es hoy considerada desfasada, dejó una huella curiosa en el estudio de la escritura.
Estas son algunas de las características grafológicas asociadas a cada temperamento:
- Sanguíneo: letra grande, curvilínea, adornada, con escritura rápida, firme y ascendente. Firma grande, ubicada a la derecha.
- Flemático: letra de tamaño medio, redondeada, sencilla y lenta. Márgenes ordenados. Firma grande, situada a la izquierda y alejada del texto.
- Colérico: letra pequeña y angulosa, sobria y rápida, con fuerte presión. Firma pequeña o normal, centrada o ligeramente hacia la derecha.
- Melancólico: letra de tamaño medio, con márgenes desiguales y escritura veloz pero irregular. Firma ilegible y angulosa, colocada al centro o a la izquierda del texto.
Aunque hoy la medicina moderna ha sustituido la teoría de los humores con conocimientos basados en biología molecular, genética y neurociencia, el humorismo sigue siendo un testimonio del pensamiento antiguo.
Representa una forma de entender el cuerpo y el alma como un todo, cuya armonía era clave para la salud. Y, más allá de su utilidad médica, nos recuerda que el ser humano siempre ha buscado equilibrio, explicación y sentido en su existencia.