Durante años, productos como Splenda —cuyo ingrediente principal es la sucralosa— han sido promovidos como una alternativa saludable al azúcar. Sin calorías y hasta 600 veces más dulce que el azúcar común (la sacarosa), sucralosa ha conquistado las estanterías de los supermercados y las dietas de millones de personas, especialmente aquellas que intentan reducir el consumo calórico o controlar enfermedades como la diabetes tipo 2.
Sin embargo, una creciente cantidad de investigaciones está cuestionando la inocuidad de este endulzante artificial. Lo que antes se consideraba «biológicamente inerte» —es decir, que no afectaba al cuerpo— ahora muestra señales de provocar efectos no deseados, especialmente en el sistema nervioso central.
Un reciente estudio dirigido por la endocrinóloga Kathleen Alanna Page, de la Universidad del Sur de California, ha encendido las alertas al encontrar que la sucralosa podría no solo fallar en su propósito de ayudar a controlar el apetito, sino que también podría tener el efecto contrario: hacer que el cerebro sienta más hambre.
El cerebro, el azúcar y una respuesta inesperada
Para comprender este hallazgo, es importante hablar del hipotálamo. Esta pequeña región del cerebro cumple funciones clave en la regulación del hambre, la sed, el sueño y la temperatura corporal. Cuando comemos azúcar real, como la sacarosa, nuestro cuerpo responde aumentando los niveles de glucosa en sangre y liberando hormonas como la insulina y el péptido GLP-1. Estas señales metabólicas llegan al hipotálamo y le indican que ya se ha recibido energía suficiente, reduciendo la sensación de hambre.
Pero ¿qué ocurre cuando el cuerpo detecta un sabor dulce sin recibir calorías reales?
El estudio con 75 adultos, de entre 18 y 35 años, reveló que beber una bebida con sucralosa no producía el mismo aumento de glucosa ni de hormonas saciantes. Al contrario, al no haber energía real, el cuerpo parece “confundirse”. A nivel cerebral, se detectó un aumento del flujo sanguíneo en el hipotálamo —una señal de activación— lo cual sugiere un aumento en el deseo de comer, en vez de una reducción.
A diferencia de los resultados obtenidos tras consumir azúcar, donde la actividad del hipotálamo disminuyó, la sucralosa no calmó el apetito, sino que podría haberlo intensificado. Además, este efecto fue aún más notable en personas con obesidad, lo que sugiere que este grupo poblacional podría ser especialmente vulnerable a los efectos negativos de este edulcorante.
¿Qué implicaciones tiene esto para la salud pública?
Los hallazgos sobre la sucralosa son relevantes porque alrededor del 40 % de los adultos en Estados Unidos consume regularmente edulcorantes no calóricos. Si bien la intención es reducir la ingesta de azúcar y prevenir enfermedades metabólicas, el resultado podría estar siendo contraproducente. Si un producto sin calorías genera más hambre, puede llevar a comer más posteriormente, anulando los beneficios buscados.
Más aún, estudios anteriores han vinculado la sucralosa con alteraciones en la microbiota intestinal, intolerancia a la glucosa y, en modelos animales, incluso daño al ADN. Todo esto pone en entredicho su perfil de seguridad, especialmente cuando se consume a largo plazo o en edades tempranas.
El equipo de Page ya está trabajando en una nueva fase del estudio que analizará cómo afecta la sucralosa al cerebro en niños y adolescentes. Dado que sus cerebros están en pleno desarrollo y que muchos productos dirigidos a jóvenes contienen estos edulcorantes, se trata de un campo de investigación crucial. La vulnerabilidad del cerebro infantil podría hacer que los efectos negativos de estos productos sean más pronunciados o duraderos.
Endulzantes artificiales como herramienta para la salud
Aunque los edulcorantes como la sucralosa fueron pensados como una herramienta para mejorar la salud pública, los datos más recientes muestran que podrían estar teniendo el efecto contrario. Lejos de ayudar a reducir el apetito, podrían estar confundiendo al cerebro y desencadenando más hambre.
Si bien aún se necesita más investigación para comprender a fondo todos sus efectos, estos hallazgos invitan a adoptar una postura más crítica y moderada respecto al consumo de endulzantes artificiales. Como con muchas cosas en medicina, lo que parece una solución fácil a corto plazo puede tener un costo oculto a largo plazo.