Enfermería y cristianismo: el arte de cuidar como obra de fe 

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Desde sus inicios, el cristianismo expresó el amor a Dios a través del amor al prójimo, especialmente a los más pobres y vulnerables.

Desde tiempos inmemoriales, el cuidado de los enfermos ha sido una manifestación de compasión, altruismo y entrega. En este recorrido, el cristianismo ha desempeñado un papel fundamental, otorgando al acto de cuidar un profundo sentido espiritual y comunitario.

Desde sus inicios, el cristianismo expresó el amor a Dios a través del amor al prójimo, especialmente a los más pobres y vulnerables. Las primeras comunidades cristianas vivían una profunda solidaridad: ayudaban a los enfermos, asistían a los necesitados, visitaban a los presos y cuidaban de las familias en duelo. Esta vocación fue canalizada a través de figuras como los diáconos y diaconisas, encargados de organizar los servicios de caridad.

Una de las primeras diaconisas fue Febe, mencionada en el Nuevo Testamento, reconocida como la primera enfermera visitadora. Atendía a los enfermos en sus hogares, proporcionándoles cuidado físico y consuelo espiritual. Las diaconisas, generalmente mujeres maduras, viudas o vírgenes, se distinguían por su atuendo blanco y eran respetadas como parte del clero. Su labor trascendía lo médico: era una misión de fe.

En los siglos IV y V, mujeres nobles romanas como Marcela y Paula redefinieron el papel femenino en el cuidado de los enfermos. Marcela transformó su palacio en un monasterio, y Paula construyó hospitales en su peregrinación a Belén. Ambas elevaron la enfermería al rango de arte y vocación, fundando las bases de la enfermería institucional.

Durante la Edad Media, el auge de los monasterios convirtió el cuidado en un acto sagrado. El hospital, más que un espacio para curar, era un refugio espiritual, donde se buscaba aliviar el alma tanto como el cuerpo. La labor de enfermería era considerada «trabajo de Dios», y quienes la ejercían hacían votos de pobreza, castidad y obediencia. La atención al enfermo se fusionaba con la oración, en un contexto dominado por guerras, epidemias y caos.

Las Cruzadas del siglo XI, aunque impulsadas por motivos religiosos y políticos, también marcaron un punto de inflexión. Surgieron órdenes militares y hospitalarias que unían la caballería con el servicio al prójimo. Los caballeros cruzados, soldados de Cristo, fundaron hospitales y consolidaron estructuras de atención con disciplina y jerarquía. De esta fusión nace el símbolo de la Cruz Roja, emblema actual de la ayuda humanitaria.

A la par, surgieron los movimientos mendicantes, como los franciscanos y dominicos, que evangelizaban y atendían a enfermos con humildad y austeridad. San Francisco de Asís, símbolo de entrega y pobreza, encarnó este espíritu. El cuidado se convirtió en un acto de amor puro, alejado de toda recompensa material.

A lo largo de los siglos, la enfermería ha absorbido del cristianismo valores como la solidaridad, la compasión, el respeto a la vida y el amor incondicional. Sin embargo, no todo ha sido ideal: el modelo eclesiástico también impuso estructuras rígidas de obediencia, relegando por mucho tiempo la autonomía y el juicio profesional de la enfermera.

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