A lo largo de la historia, la medicina ha tratado el cuerpo masculino como el modelo de referencia, considerando el cuerpo femenino como una variación atípica. Esta perspectiva ha influido en la investigación médica, resultando en una alarmante falta de estudios sobre la salud de las mujeres. A pesar de que las mujeres representan casi la mitad de la población mundial y han superado en número a los hombres en Estados Unidos desde 1946, la medicina ha tardado en reconocer la importancia de incluirlas en estudios clínicos.
Uno de los factores que ha contribuido a esta desigualdad es el costo y la complejidad adicional de incluir hembras en estudios con modelos animales, como ratones. Muchos investigadores prefieren trabajar solo con machos debido a preocupaciones sobre la fluctuación hormonal en hembras y los efectos que esto podría tener en los resultados. Sin embargo, esta exclusión ha generado un vacío en el conocimiento médico que afecta el diagnóstico y tratamiento de enfermedades en mujeres.
Las consecuencias de la falta de investigación en mujeres
El impacto de esta omisión en la investigación es significativo. El sexo biológico influye en la forma en que los cuerpos responden a enfermedades, medicamentos y dispositivos médicos. Sin embargo, la falta de estudios adecuados ha llevado a que las mujeres experimenten efectos adversos a los medicamentos el doble de veces que los hombres. Un estudio de 2013 encontró que las mujeres con reemplazos de cadera metálicos tenían un 29% más de probabilidades de experimentar fallos en el implante que los hombres, posiblemente debido a diferencias anatómicas no consideradas en las pruebas.
Incluso en enfermedades ampliamente estudiadas, como las cardiovasculares, la falta de inclusión de mujeres en la investigación ha sido evidente. No fue hasta 1999 que la Asociación Americana del Corazón reconoció que las mujeres pueden presentar síntomas diferentes a los hombres en ataques cardíacos. Además, los prejuicios de género siguen afectando la prevención y el manejo de enfermedades cardíacas en mujeres, lo que incrementa su riesgo de un diagnóstico tardío o un tratamiento inadecuado.
Barreras en la participación de mujeres en ensayos clínicos
A lo largo de los años, varias barreras han limitado la inclusión de mujeres en ensayos clínicos. En 1962, el uso del medicamento talidomida, recetado para las náuseas matutinas en el embarazo en Europa y Australia, resultó en miles de defectos congénitos graves. Como respuesta, en 1977 la Administración de Alimentos y Medicamentos de EE.UU. (FDA) estableció una política que excluía a las mujeres en edad reproductiva de la mayoría de los ensayos clínicos en fases tempranas. Esta medida, aunque bien intencionada, tuvo el efecto no deseado de excluir a casi todas las mujeres premenopáusicas de la investigación médica, incluso aquellas que no podían quedar embarazadas.
No fue sino hasta 1993 que la FDA revirtió esta política y el Congreso de EE.UU. aprobó una ley que exigía la inclusión de mujeres en ensayos clínicos financiados por los Institutos Nacionales de Salud (NIH). Desde entonces, se han hecho avances, pero aún en 2019, las mujeres solo representaban aproximadamente el 40% de los participantes en ensayos clínicos para enfermedades que las afectan en gran medida, como el cáncer, las enfermedades cardiovasculares y los trastornos psiquiátricos.
La situación es aún más grave para las mujeres de color, quienes están subrepresentadas en la investigación médica. Un informe del Centro de Ensayos Clínicos Multi-Regionales de Harvard en 2022 destacó que muchos estudios no reportan datos específicos sobre la intersección entre sexo biológico y raza, lo que impide una evaluación precisa de cómo diferentes poblaciones responden a los tratamientos.
Hacia un futuro más equitativo en la investigación médica
A pesar del retraso en la investigación de la salud femenina, en los últimos 30 años ha habido avances en la inclusión de mujeres en estudios clínicos. Expertos proponen diversas estrategias para seguir cerrando la brecha:
- Mayor diversidad en los equipos de investigación: Los estudios han mostrado que cuando las mujeres lideran ensayos clínicos, es más probable que se incluyan participantes femeninas. Sin embargo, solo el 18% de los ensayos cardiovasculares son dirigidos por mujeres. Aumentar la representación femenina en la investigación médica podría mejorar la equidad en la selección de participantes.
- Incluir diferencias biológicas en la educación médica: En muchas facultades de medicina, el cuerpo masculino sigue siendo enseñado como el modelo estándar. Es fundamental que los futuros médicos aprendan cómo las enfermedades pueden manifestarse de manera diferente en mujeres y cómo los tratamientos pueden tener efectos distintos según el sexo.
- Políticas más estrictas para asegurar la representación femenina: Aunque en 2016 el NIH estableció una política que obliga a los investigadores a analizar diferencias por sexo en estudios preclínicos y en animales, todavía falta más supervisión para garantizar su cumplimiento. Una solución podría ser la suspensión de investigaciones que no cumplan con los requisitos de inclusión de mujeres.
- Diseñar estudios clínicos más accesibles: Para aumentar la participación femenina, es clave hacer que los ensayos clínicos sean más flexibles, permitiendo opciones como consultas remotas o ajustes en horarios para quienes tienen responsabilidades de cuidado familiar o dificultades de transporte.
Brecha histórica que cada vez se acorta más
La historia de la investigación médica refleja un sesgo de género que ha afectado la salud y el bienestar de las mujeres durante décadas. Si bien se han logrado avances en las últimas tres décadas, aún queda un largo camino por recorrer para garantizar que la medicina sea verdaderamente inclusiva y equitativa. Asegurar la participación de mujeres en estudios clínicos no solo es una cuestión de equidad, sino también una necesidad científica para desarrollar tratamientos más seguros y efectivos para toda la población. La transformación de la investigación médica depende de la educación, políticas adecuadas y el compromiso de la comunidad científica para cerrar la brecha de género en la medicina.