¿Por qué un psicodélico, como la psilocibina, podría aliviar el síndrome del intestino irritable?

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El síndrome de intestino irritable puede desencadenarse no solo por alimentos, sino también por emociones intensas como la ansiedad o el estrés, debido a la estrecha conexión entre el cerebro y el intestino, conocida como el eje intestino-cerebro.

El síndrome del intestino irritable (SII) es un trastorno gastrointestinal crónico y complejo que afecta a millones de personas en todo el mundo. Se caracteriza por dolor abdominal, gases, distensión y alteraciones del tránsito intestinal —ya sea en forma de diarrea, estreñimiento o ambos—. Aunque no se considera una enfermedad mortal, puede deteriorar profundamente la calidad de vida y, en muchos casos, es difícil de tratar con los métodos tradicionales.

Una nueva mirada: del cerebro al intestino

Frente a esta situación, la investigadora Erin Mauney, de la Universidad de Tufts (EE. UU.), ha abierto una vía de investigación que, hasta hace poco, parecía impensable en gastroenterología: el uso controlado de psilocibina, un compuesto psicodélico presente en ciertos hongos, como potencial tratamiento para el SII.

Este abordaje innovador no se enfoca solo en el intestino, sino en el eje cerebro-intestino, una compleja red de comunicación bidireccional que conecta el sistema nervioso central con el sistema digestivo. La propuesta de Mauney es tan revolucionaria como necesaria: abordar simultáneamente la dimensión psicológica y la fisiológica del síndrome.

¿Qué es la psilocibina y por qué podría ayudar?

La psilocibina es un alcaloide natural que se encuentra en más de 180 especies de hongos, conocidos popularmente como “hongos mágicos”. Tras su ingestión, el organismo la transforma en psilocina, una molécula que actúa sobre los receptores de serotonina en el cerebro, especialmente el subtipo 5-HT2A.

Este compuesto altera la percepción, el estado de ánimo y la conciencia de quien lo consume. Pero más allá de sus efectos psicodélicos, la psilocibina ha demostrado en estudios recientes la capacidad de “resetear” circuitos neuronales rígidos, como los que se ven en trastornos como la depresión, el estrés postraumático o la ansiedad crónica.

Erin Mauney se pregunta: ¿podría esa misma capacidad de flexibilización mental modular la percepción del malestar digestivo, que tanto impacta a los pacientes con SII? Su respuesta es que sí, sobre todo si se considera que muchos de estos pacientes no tienen hallazgos clínicos o estructurales evidentes, pero sí reportan un alto nivel de sufrimiento subjetivo.

El papel de la interocepción en el intestino irritable

Uno de los conceptos clave en el enfoque de Mauney es la interocepción, que se refiere a la capacidad del cerebro para percibir e interpretar las señales internas del cuerpo, como el latido del corazón, la temperatura o las sensaciones digestivas.

En pacientes con SII, se ha observado que la interocepción está alterada: las señales normales del intestino son interpretadas como dolorosas o molestas, en parte debido a una hiperconexión entre zonas cerebrales que regulan la emoción, como la amígdala, y aquellas que procesan la sensación visceral, como la ínsula.

Los psicodélicos, como la psilocibina, parecen romper estos bucles de percepción negativa al reducir temporalmente la actividad de la red por defecto del cerebro (DMN, por sus siglas en inglés), lo que podría aliviar la hipervigilancia interna y el malestar en personas con SII.

El ensayo clínico: terapia asistida con psilocibina

En su estudio piloto, Mauney administra a los participantes dos sesiones controladas de psilocibina, en combinación con apoyo psicoterapéutico antes y después de la experiencia. Los pacientes también se someten a resonancias magnéticas funcionales (fMRI) para evaluar cómo cambia la conectividad cerebral tras el tratamiento.

Los resultados preliminares son alentadores: los participantes reportan una disminución en la intensidad del dolor abdominal y en la interferencia emocional que produce, aunque todavía es temprano para sacar conclusiones definitivas.

Lo más innovador del estudio es que no solo se evalúan los síntomas físicos, sino también el componente emocional, las historias personales de trauma, y la relación subjetiva que el paciente tiene con su cuerpo. Es un enfoque holístico que rompe con la tradicional separación entre cuerpo y mente en la medicina occidental.

Riesgos y precauciones: no todo es mágico

Aunque la psilocibina muestra un perfil de seguridad bastante favorable en contextos clínicos controlados, no está exenta de riesgos. Entre los efectos adversos más comunes están:

  • Náuseas y malestar gastrointestinal temporal
  • Ansiedad intensa o episodios de pánico durante la experiencia
  • Reacciones paranoides o confusión
  • En casos excepcionales, desencadenamiento de psicosis en personas predispuestas (como quienes tienen antecedentes familiares de esquizofrenia o trastorno bipolar)

Por eso, Mauney insiste en que el uso terapéutico de la psilocibina debe hacerse exclusivamente bajo supervisión médica y en entornos donde se garantice la seguridad emocional del paciente.

No se trata de promover el uso recreativo, sino de crear protocolos científicos validados que puedan beneficiar a pacientes que no responden a otros tratamientos.

Historia y presente de los hongos mágicos

Aunque ahora se investiga en laboratorios, la psilocibina no es nueva para la humanidad. Culturas como los mayas, los zapotecas o los pueblos andinos ya la utilizaban en rituales para la curación del cuerpo y el alma, mucho antes de que la ciencia descubriera su estructura química en el siglo XX.

Incluso algunos estudios arqueológicos sugieren que los primeros usos datan de hace más de 6.000 años, y en culturas como la vikinga se empleaba para alterar la percepción en contextos de batalla.

Hoy, los ensayos clínicos en universidades de EE. UU., Canadá y Europa exploran su uso para tratar depresión resistente, adicciones, ansiedad en enfermedades terminales y, ahora, también afecciones gastrointestinales funcionales.

Una vía hacia medicina más integradora

El síndrome del intestino irritable no es solo un problema digestivo. Es una condición que afecta la identidad, la relación con el cuerpo y la calidad de vida emocional del paciente. Muchas veces, quienes lo padecen se sienten incomprendidos o desatendidos por la medicina tradicional.

La investigación de Erin Mauney representa un paso valiente hacia una medicina más integradora, donde las herramientas biológicas y psicológicas se combinan para tratar a la persona, no solo al síntoma.

Aunque aún queda camino por recorrer antes de que la psilocibina se convierta en una opción terapéutica generalizada, estudios como este abren nuevas puertas para pacientes que llevan años buscando alivio. Y, quizás, también nos invitan a reflexionar sobre los límites entre lo científico, lo ancestral y lo emocional en la salud humana.

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