Rascarse es una respuesta instintiva al picor, pero lejos de ser solo un alivio momentáneo, puede desencadenar un ciclo perjudicial en enfermedades cutáneas como la dermatitis. A pesar de sus efectos negativos, este comportamiento persiste en humanos y animales, lo que sugiere un propósito evolutivo profundo.
Un estudio reciente publicado en Science arroja nueva luz sobre esta conducta. Investigaciones en roedores revelan que el rascado no solo alivia la picazón, sino que también regula la respuesta inmune y la microbiota cutánea, sugiriendo un posible mecanismo de defensa contra infecciones.
Un mecanismo neuroinmune
Para entender el papel del rascado en la inflamación, científicos estudiaron ratones modificados genéticamente sin neuronas responsables del picor, específicamente aquellas con el gen MrgprA3. Estos animales no presentaron inflamación al exponerse a alérgenos, lo que demuestra que es el acto de rascarse, y no el picor en sí, el que activa la respuesta inmunitaria.
Los investigadores descubrieron que el rascado activa neuronas que expresan TRPV1, las cuales liberan la sustancia P, un neuropéptido que estimula a los mastocitos para liberar factor de necrosis tumoral, desencadenando inflamación. Inhibir esta vía bloqueó la respuesta inmunitaria inducida por el rascado, mientras que activarla artificialmente con capsaicina provocó los mismos efectos.
Defensa contra patógenos
Más allá de la inflamación, el rascado también altera la microbiota cutánea. En los ratones estudiados, la acción mecánica del rascado redujo la presencia de bacterias potencialmente patógenas como Staphylococcus aureus, lo que sugiere un beneficio en la protección contra infecciones.
Estos hallazgos explican la paradoja del rascado: si bien puede agravar afecciones cutáneas inflamatorias, también cumple una función defensiva. Comprender mejor esta vía neuroinmune podría abrir nuevas estrategias terapéuticas para tratar el prurito crónico sin comprometer la respuesta antimicrobiana de la piel.