La resiliencia, entendida como un concepto que abarca dimensiones biológicas, psicológicas y sociales, se perfila hoy como un factor clave para la salud de la población, en especial la salud cerebral.
Aunque la mayor parte de la evidencia científica proviene del hemisferio norte, expertos advierten sobre la urgencia de ampliar el enfoque hacia contextos globales, donde entran en juego determinantes únicos como los factores biológicos, exposómicos, económicos y socioculturales.
Una revisión reciente destaca que la resiliencia no solo se relaciona con la capacidad individual de adaptación, sino también con variables comunitarias y ambientales. Los autores subrayan la importancia de integrar conceptos como el exposoma, la reserva cultural, la resiliencia comunitaria, la alostasis y los principios de salud integral para diseñar estrategias inclusivas en entornos diversos.
El reto es aún mayor en países con limitaciones de recursos y alta diversidad cultural, donde se requieren soluciones adaptativas, escalables y contextualizadas.
Por ello, la investigación apunta a la necesidad de desarrollar métodos de medición más sensibles, estrategias de operacionalización efectivas y políticas públicas que prioricen la relevancia local, la equidad y la sostenibilidad.
Con este llamado, la resiliencia deja de ser solo una cualidad personal para convertirse en un enfoque estratégico que puede transformar la manera en que se entiende y protege la salud cerebral en todo el mundo.
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