Aunque es poco frecuente, el mutismo selectivo es una condición real que afecta a aproximadamente uno de cada 140 niños en consulta psicológica. Según la Asociación de Mutismo Selectivo (SMA, por sus siglas en inglés), se trata de un trastorno de ansiedad infantil que impide hablar en ciertas situaciones sociales, a pesar de que el niño pueda comunicarse normalmente en contextos seguros como el hogar.
Aunque muchas veces el diagnóstico se da cuando el niño empieza la escuela, algunos cuidadores logran advertir señales desde más temprano. Es el caso de J.C., un niño de cuatro años que fue diagnosticado antes de iniciar su etapa escolar. “Yo notaba que no era un niño que se ponía a curiosear, cuando íbamos a celebraciones como cumpleaños en los que había mucha bulla, él se ponía a llorar fuerte”, recuerda la mamá de J.C.
La enfermedad y sus barreras económicas
Aunque existen tratamientos efectivos, el acceso a la atención adecuada está lejos de ser equitativo. Las terapias semanales especializadas pueden costar entre $70 y $100 dólares por sesión, y en muchos casos se recomiendan varias por semana. Además, se requieren estudios diagnósticos cuyo precio puede superar los $250 dólares por prueba.
Es por esto que muchas familias interrumpen el tratamiento por falta de recursos. Este fue el caso de J.C., cuyos padres identificaron señales desde el primer año, pero solo pudieron costear una terapia mensual, lo que retrasó su evolución. El tratamiento se detuvo por completo cuando los ingresos familiares disminuyeron y otras necesidades básicas debieron priorizarse.
La psicóloga clínica y terapeuta familiar Lourdes Pérez ha atendido varios casos de mutismo selectivo. Según explica, el tratamiento no siempre requiere medicación. El abordaje suele incluir reportes de padres y docentes, observación directa y evaluaciones diferenciales desde la neurología o la psiquiatría.
“El éxito de remisión del cuadro ha sido mayor cuando la familia y la escuela no entran en lucha de poder”, señala. Muchas veces, ambos entornos se culpan mutuamente del comportamiento del niño, lo que solo dificulta el proceso terapéutico. Por eso, Lourdes Pérez insiste en fortalecer las destrezas comunicativas de los adultos que rodean al menor para que generen confianza y ayuden a crear interacciones más seguras.
Una condición tratable, pero aún invisibilizada
El mutismo selectivo no es una discapacidad intelectual ni un problema de conducta. Es una condición tratable que requiere detección temprana, intervención profesional y entornos comprensivos.Sin embargo, para muchas familias en América Latina, el diagnóstico llega tarde y el tratamiento se vuelve inaccesible.
Entre los signos más comunes que podrían alertar a padres y docentes están:
- Hablar libremente en casa, pero permanecer en silencio frente a personas desconocidas.
- Utilizar gestos, escritura o susurros para comunicarse en público.
- Presentar ansiedad intensa en situaciones sociales.
- Evitar el contacto visual o parecer paralizado ante interacciones.
Identificar las señales a tiempo y promover entornos escolares empáticos puede marcar la diferencia entre un niño aislado y uno con oportunidades reales de comunicación y desarrollo.
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