Por: Dr. Steven García Santiago, MD
La Hipertensión, conocida comúnmente como presión arterial alta, es una condición crónica caracterizada por una presión persistentemente elevada en las arterias. Según las directrices del American College of Cardiology (ACC) y la American Heart Association (AHA), la hipertensión se define como una presión mayor a 130/80 mmHg. Esta condición está asociada a un aumento significativo en el riesgo de eventos cardiovasculares como: infartos, accidente cerebrovasculares, fallo cardiaco y enfermedad renal. Por lo que es importante enfatizar en la intervención temprana para reducir eventos cardiovasculares a largo plazo. (Whelton et al., 2017).
La hipertensión generalmente no presenta síntomas evidentes, haciéndola una condición peligrosa. Sin embargo, en ocasiones los pacientes podrían presentar síntomas como dolor de cabeza, visión borrosa, dificultad para respirar, dolor de pecho o sangrado nasal. Es por esto, que es importante tomar medidas de presión y recibir una evaluación médica. Existen factores de riesgo para la hipertensión que son modificables y otros no modificables. Los factores modificables relacionados con el estilo de vida —incluyendo el exceso de peso corporal, la inactividad física, una dieta alta en sodio, y el consumo excesivo de alcohol— contribuyen al desarrollo de la presión arterial alta. En cambio, los factores no modificables que también contribuyen a este riesgo son: la edad avanzada, los antecedentes familiares y la predisposición genética.
Las recomendaciones del ACC subrayan que las modificaciones en el estilo de vida: como los cambios en la dieta, la actividad física regular, la pérdida de peso y la moderación en el consumo de alcohol, son clave en el manejo de la hipertensión. En caso de que estas intervenciones no logren reducir suficientemente la presión arterial, podría ser necesario comenzar o ajustar dosis de medicamentos, con una meta de presión arterial menor a 130/80mmHg. El manejo efectivo de la hipertensión se basa en una atención individualizada y un seguimiento regular con el médico. Para lograr resultados óptimos en cada paciente, se recomienda incluir monitoreo en el hogar o ambulatorio para evaluar de manera más exacta el estado del paciente y la respuesta al tratamiento recomendado por su médico. Finalmente, cuando combinamos cambios en el estilo de vida con el tratamiento médico correcto, estaríamos reduciendo la posibilidad de desarrollar eventos cardiovasculares y, a su vez, mejorando la salud de nuestros pacientes a largo plazo. (American College of Cardiology, 2017).