Terapias combinadas con bióticos son la nueva perspectiva para tratar el SIBO

original web (1)
Las pruebas de aliento con glucosa o lactulosa siguen siendo las herramientas más utilizadas, aunque presentan limitaciones en sensibilidad y especificidad.

Investigaciones recientes sugieren que la combinación de antibióticos con moduladores de la microbiota podría optimizar la respuesta terapéutica y reducir recaídas

El sobrecrecimiento bacteriano del intestino delgado (SIBO, por sus siglas en inglés) representa hoy un desafío clínico relevante por su complejidad diagnóstica, sus causas multifactoriales y su alta tasa de recurrencia. En los últimos años, la evidencia ha comenzado a apuntar hacia un enfoque terapéutico más integral que combine antibióticos con agentes moduladores del microbioma intestinal —prebióticos, probióticos y posbióticos—, con el objetivo de mejorar los resultados clínicos y restaurar el equilibrio intestinal.

El SIBO se caracteriza por una carga bacteriana anormalmente elevada —superior a 10⁵ unidades formadoras de colonias por mililitro de jugo yeyunal—, lo que interfiere con la absorción de nutrientes y altera los mecanismos digestivos. Los pacientes suelen presentar síntomas como distensión, dolor o malestar abdominal, diarrea, pérdida de peso y, en algunos casos, déficit de vitaminas liposolubles.

Su prevalencia varía entre el 2,5 % y el 22 % en la población general, aunque puede superar el 30 % en personas con enfermedades gastrointestinales de base, como el síndrome de intestino irritable, enfermedad celíaca o patologías del páncreas.

El diagnóstico continúa siendo un punto de controversia. Las pruebas de aliento con glucosa o lactulosa siguen siendo las herramientas más utilizadas, aunque presentan limitaciones en sensibilidad y especificidad. Recientes investigaciones han explorado el uso de biomarcadores metabólicos, como los ácidos grasos de cadena corta (AGCC), el ácido fólico o el triptófano, como posibles indicadores más precisos del sobrecrecimiento bacteriano y su severidad.

En cuanto al tratamiento, los antibióticos —especialmente la rifaximina— continúan siendo el pilar terapéutico por su baja absorción sistémica y eficacia demostrada. Sin embargo, la resistencia bacteriana y el riesgo de disbiosis tras su uso prolongado han impulsado la búsqueda de estrategias complementarias.

Es en este contexto donde los agentes bióticos cobran protagonismo. Los probióticos, prebióticos y posbióticos no solo buscan restaurar la microbiota intestinal, sino también reducir la inflamación y mejorar la función de la barrera mucosa.

Entre ellos, Saccharomyces boulardii ha mostrado resultados prometedores debido a su resistencia a los antibióticos y su capacidad para disminuir la incidencia de diarrea asociada a su uso. Diversos ensayos clínicos han evidenciado que la administración conjunta de rifaximina y S. boulardii puede incrementar la tasa de resolución sintomática y disminuir las recaídas, tanto en adultos como en población pediátrica.

Por su parte, los posbióticos —metabolitos derivados de microorganismos vivos— representan una línea emergente de investigación. Se ha observado que sus compuestos bioactivos pueden modular la respuesta inmunológica, inhibir patógenos y favorecer la reparación de la mucosa intestinal, abriendo nuevas posibilidades terapéuticas.

Aunque la mayoría de los estudios disponibles presentan limitaciones metodológicas —como muestras pequeñas o falta de seguimiento prolongado—, la tendencia científica es clara: una terapia combinada basada en antibióticos y bióticos podría representar un avance significativo en el manejo del SIBO, al atacar la causa infecciosa y simultáneamente restaurar la ecología intestinal.

El reto actual radica en definir protocolos estandarizados que integren ambos enfoques, así como en determinar las cepas, dosis y duraciones óptimas para maximizar la eficacia y seguridad del tratamiento.

Nota original AQUÍ

Últimos artículos