Resistencia antimicrobiana como un problema creciente de salud pública

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Otras investigaciones sugieren que no solo los antibióticos, sino también el uso indiscriminado de productos antibacterianos en los hogares, pueden contribuir a la expansión de las resistencias.

Alguien la denominó ‘pandemia silenciosa’, un término que ha resonado por su precisión: mientras la COVID-19 ha dejado 7 millones de víctimas, la resistencia antimicrobiana (AMR, en inglés) provoca anualmente en el mundo 1,3 millones de muertes directas, de las cuales 35.000 ocurren en la Unión Europea. De hecho, los especialistas estiman que para 2050 esta situación podría costar 10 millones de vidas al año.

No obstante, la conciencia pública sobre esta epidemia es casi inexistente y rara vez se aborda fuera de círculos especializados. Dos nuevos estudios españoles, uno de los cuales eleva las cifras de infecciones y muertes en este país, subrayan la necesidad urgente de romper con este silencio.

La denominación de «silenciosa» también alude a su crecimiento inadvertido, aunque la idea de que se trata de un problema reciente es errónea: la resistencia bacteriana a los antibióticos no surgió por nuestra invención y utilización de estos fármacos. En 2011, se hallaron genes de resistencia a antibióticos en el permafrost que datan de hace 30.000 años.

La primera resistencia clínica a un antimicrobiano se identificó en la sífilis contra el Salvarsán, un medicamento antiguo, cuatro años antes de que Alexander Fleming descubriera la penicilina.

Las primeras bacterias resistentes a la penicilina se detectaron en 1940, cuando el nuevo medicamento comenzaba a producirse y antes de ser administrado al primer paciente, y su rápida propagación fue documentada casi de inmediato. El propio Fleming, en su discurso de aceptación del Nobel en 1945, advirtió sobre el aumento de este problema si el antibiótico se utilizaba de forma incorrecta.

Y este último punto es fundamental: la resistencia a los antimicrobianos (AMR) no fue generada por los humanos, pero hemos contribuido a su expansión a través del uso indebido y excesivo de antibióticos y otros antimicrobianos, lo que ha llevado a que las cepas resistentes se propaguen y se conviertan en una de las diez principales amenazas para la salud global, tal como la ha clasificado la Organización Mundial de la Salud. Los hospitales son un entorno común para la aparición de infecciones.

Un dato importante es que cerca del 46 % de estas infecciones se adquirieron dentro de los hospitales. Las infecciones nosocomiales son bastante frecuentes, lo que genera preocupación en la población, aunque no es sorprendente: se trata de lugares con un alto flujo de personas, donde se tratan infecciones, donde hay una gran cantidad de pacientes vulnerables, y donde el uso intensivo de antibióticos favorece la selección de bacterias resistentes.

Un estudio reciente realizó la recolección de muestras durante un año en desagües de pilas en varias unidades del hospital Son Llàtzer de Palma de Mallorca. Este es un centro moderno, inaugurado en 2001, que sigue estrictos protocolos de limpieza y desinfección.

A pesar de eso, los investigadores hallaron una notable diversidad microbiana que cambiaba a lo largo del año sin un patrón claro, tanto en las Unidades de Cuidados Intensivos (UCI) como en el laboratorio de microbiología, y en los servicios de Medicina General, Hematología y Estancias Cortas.

Los resultados, publicados recientemente en Frontiers in Microbiology, revelan un total de 67 especies de bacterias, incluyendo patógenos peligrosos y cepas resistentes a antibióticos, con una mayor diversidad en las UCI y en Medicina General. Curiosamente, se detectó una menor cantidad de microbios en el laboratorio de microbiología, mientras que una de las UCI inaugurada en 2022 presentaba la misma cantidad de bacterias que otra más antigua.

“Estos hallazgos destacan que controlar el crecimiento bacteriano en los desagües y prevenir la colonización por nuevas cepas en estos espacios difíciles de desinfectar representa un desafío global”, afirma la directora del estudio, Margarita Gomila, de la Universitat de les Illes Balears.

“Las bacterias que identificamos pueden tener múltiples orígenes, incluyendo pacientes, personal médico e incluso el entorno que rodea al hospital”, comenta Gomila, señalando que algunas fuentes pueden ser inesperadas, como los relojes y smartwatches del personal; un estudio en Brasil encontró bacterias multirresistentes en las hormigas que proliferaban en hospitales.

Soluciones a un problema ‘evitable’

No obstante, aunque las infecciones hospitalarias son siempre una preocupación, para Cisneros resulta notable que en su estudio estas sean menos frecuentes. “Los resultados indican que estas infecciones también se adquieren en la comunidad, alcanzando una proporción mayoritaria”, subraya. 

Otras investigaciones sugieren que no solo los antibióticos, sino también el uso indiscriminado de productos antibacterianos en los hogares, pueden contribuir a la expansión de las resistencias. Si bien es urgente controlar y limitar el uso de antimicrobianos a nivel global, esto no es lo único que debe hacerse; los problemas locales también requieren soluciones locales.

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